Arturo Coelho Dos Santos: Uno de los pocos lustradores a muñeca que quedan

   Desde muy chico su vida estuvo emparentada con el aserrín, el olor a tíner y las manos manchadas por la madera. Se trata de Arturo Coelho Dos Santos, de descendencia portuguesa por el lado paterno y bien cordobés por el materno.  A sus ochenta años se define como uno de los pocos lustradores a muñeca que quedan en la actualidad y afirma que, a pesar de su edad, su oficio es su cable a tierra y le configura una entrada económica que le permite llegar a fin de mes debido a que cobra una magra jubilación.

   Arturo vive junto a Emilia Núñez, más conocida como “Potota” su compañera de toda su vida, y su nieto Mariano, estudiante de Ciencias Veterinarias, en el barrio de la ex Estación Provincial. “Mi familia paterna viene de la zona minera de Algarbe en Portugal y del lado de mi mamá, mi abuelo era vasco y fue uno de los primeros pobladores de Cosquín Córdoba. Me dijo un primo que el apellido Arteta figura en la historia de esa linda ciudad, la cual aún visito porque tengo a mi prima Chavela que, a sus 86 años, anda fenómeno” apuntó.

   “Yo nací en 1943 en 24 y 72, enfrente de mi casa hoy funciona una Estación de Servicio. Mi papá era ferroviario, hacía quintas en cada terreno que le prestaban y hasta junto a la garita del tren en el cruce de 22 y 72 cuando estaba de guarda. Siempre nos inculco trabajar y yo trabajé de muy chico, nosotros éramos siete hermanos: Daniel que trabajó en el Bar de Ricci en 71 entre 17 y 18, Julia, Cacho, Gala que aún vive, Marcela, después venía yo y Pechuga (Orlando)” aseveró.

   A los 10 años Arturo iba a la Escuela 17 “Unión Ferroviaria” en 17 entre 70 y 71 que luego se pasó a la esquina de 18 y 71 conformando lo que es hoy la EP Nº58. Por la tarde, vendía cubanitos casa por casa. A los 13, por recomendación de los amigos del barrio, ya vivía en 75 y 16 en Altos de San Lorenzo, entró a trabajar en una carpintería. Al respecto recordó que “fue en el año 1956 cuando los muchachos me recomendaron en una carpintería de obra que se llamaba Soriano en avenida 13 y 77. Era el pibe de los mandados, limpiaba el taller, sacaba la viruta, acomodaba las cosas y de poco me iban enseñando. Lo hice por dos años y pasé a estudiar de noche para terminar la primaria que la hice en 12 y 60” detalló.

   En ese sentido, Coelho contó que “ya a los 15 entré a trabajar en la carpintería que estaba en 5 entre 44 y 45, de la mueblería de escuela “Comoglio”. Ahí empecé a empaparme del trabajo de lustrador. Al principio mi tarea era lijar, limpiar, hacer las molduras y asistir en lo que hacía falta hasta que el encargado de ese sector se enfermó y lo internaron seis meses. Así fue que el dueño me dijo que me haga cargo con otros muchachos que allí trabajaban”.

   A los 20, en esa época la conscripción no se hacía a los 18, tuvo como destino el Batallón de Comunicaciones 601 de City Bell y su labor en la mueblería tuvo un impasse. Su vuelta al trabajo ya había cambiado. “Cuando regresé de la colimba me encontré que se trabajaba con un compresor y no se lustraba todo a mano, sino que se sopleteaban los muebles. Yo me tuve que adaptar, aunque preferí seguir haciendo las terminaciones a muñeca. En estos tiempos, personalmente, no es que no los haya, no conozco a ningún lustrador que siga trabajando de la manera que yo lo hago. Los que conocía, todos murieron. Quedan pocos lustradores a muñeca”.

    Luego de 12 años en la empresa, decidió seguir a dos compañeros que se independizaron en pleno auge de las puertas plegadizas. Corría el año 1970, cuando ya empezaba a tomar vuelo propio. Arturo afirmó que “yo me fui con ellos. A la mañana trabajaba con uno y a la tarde con el otro. Iba haciendo mis clientes particulares también. Uno de ellos era Juan Carlos Esternieri, de 72 entre 25 y 26, donde hoy funciona una ferretería que, con el tiempo, decidió dedicarse a otro rubro. Así que de ahí agarré una changa en una mueblería importante llamada “Rosato” en donde yo hacía los fletes de los productos que se vendían y les dejaba mi tarjeta de lustrador”.

   Su dedicación al trabajo, su puntualidad en la entrega y la fidelidad de sus labores le garantizaron una buena clientela y le valieron importantes recomendaciones. Entre sus trabajo más importantes, Coelho acuña uno que le realizó a la Universidad Nacional de La Plata. Sobre el tema apuntó que “no sé por parte de quién vinieron, pero un día y terminé restaurando los muebles que habían sido de Joaquín V González y de Alfredo Palacios. Habían estado abandonados en el último piso del edificio de 7 y 48, algunos no se podían recuperar, pero otros tuve la suerte de dejarlos muy bien”.

   “En la década del 90, otros muebles que recuperé, me acuerdo que fue en el Colegio Nacional de 1 y 49, en donde en el salón de profesores había una mesa de dos por seis metros, la cual debe estar todavía. Recuerdo que tenía unas patas muy grandes. Cuando la limpiamos nos encontramos con algo que ni la gente de allí sabía que tenía. Estaban talladas siglas de la Universidad Nacional de La Plata. La cera se había ido metiendo en las ranuras hasta tapar el nombre. Yo la llamé a la mujer de la cooperadora que me había contratado y al rato había como 10 personas mirando la mesa” mencionó.

    La abuela del bailarín internacional, Iñaki Urlezaga, fue su clienta por muchos años y hoy mantiene el vínculo con el artista a quién le hace varios trabajos, como a toda su la familia. También el ex DT tripero, Ricardo Rezza, lo contrató en varias oportunidades y trabajó en la casa del Titán, Martín Palermo, a quién no tuvo en gusto de conocer. “Fue en la época que se había roto los ligamentos. Me dijo la familia que estaba acostado y no estaba del mejor ánimo así que no lo quise molestar, pero me quedé, como buen pincha, con las ganas de sacarme una foto” sintetizó.

    En medio de la charla, que se realizó en pleno taller en donde Arturo compone los muebles, Potota aportó un rico mate labrado con el escudo de Estudiantes de La Plata y que combina con infinidad de posters que llevan más de 30 años decorando las paredes. En su mayoría, son anuarios con la figura del León que repartía el antiguo periódico local. El fútbol ya no forma parte importante en la vida de este lustrador, aunque sigue los resultados.  

    En el local se puede sentir el característico olor a thinner y cada espacio está cubierto con frazadas que sirven para preservar a las maderas de ser lastimadas. El entrevistado observó que su llegada al barrio fue un tiempo después de formalizar con Emilia, de la que estuvo enamorado de chico, aunque tuvo su encuentro en el amor de grande.

   “Potota era mi vecina, alambrado de por medio, yo me enamoré de ella a los 13 años, aunque como era dos años mayor no me daba bola. Recién cuando se separó, su marido le jugó una mala pasada con una amiga, ahí volvimos a charlar, fui su amigo, su sostén y me animé a declararle mi amor y así estamos hace más de 50 años”.

   Arturo y Potota son muy amigos de sus amigos y tratan de tener lazos constantes con toda su familia. “De mi barrio conservo la amistad de Nino y Aldo Fazio a los cuales considero mis hermanos, nos visitamos con sus familias y son parte de la mía. El otro hermano Orlando ya no está, pero también era mi amigo. De mi familia me gusta seguir juntándonos. Siempre fui el que los convocó a todos. Acá en casa, en otro lugar más grande y cuando se podía en la quinta de Aldo, allá en Sicardi, cuando era únicamente de uso de la familia Fazio, siempre invité a todos”.  

  A los 65 años, cuando iniciaba sus papeles jubilatorios recibió la triste noticia del fallecimiento de su único hijo en la ciudad Del Carril en Salta, en donde Marcelo había decidido, junto a Leonor, echar raíces. “Pensé que eso no lo iba a poder superar, fue muy difícil, me acostaba a dormir y le pedía a Dios que se acuerde de mí y que me lleve. No tiene nombre, sobrellevar eso es muy difícil. Se sobrevive, pero aún hoy me cuesta mucho. La vida me dejó un nieta y un nieto que son hermosos, hoy Mariano está pasando un tiempo con nosotros y lo disfruta acá y también cuando vamos para Salta”.

   Llegando al final de la charla, con un dejo de tristeza afirmó que siempre quiso delegar en sus empleados, algunos de ellos familiares directos, el oficio de lustrador a muñeca para que se preserve la actividad, pero no consiguió que ninguno de sus aprendices quisiera algo más que el sueldo.

“Yo vengo de la generación que usaba goma laca, alcohol de lustrar, piedra pómez y aceite de linaza y que hacía las terminaciones a mano. Yo no desconocí nunca los avances pero me gusta hacer las terminaciones a muñeca, y eso se nota en la suavidad que deja en la madera”.

   “Siempre tuve una gran clientela, no creo que haya sido el mejor, porque debe haber gente que trabaja seguramente mejor que yo, pero creo que supe tener una gran clientela en base al buen trabajo que siempre hice, mí la honestidad y mi forma de tratar a las personas” aseguró.

   Laburante de raza a pesar de sus años, antes de cerrar la charla, mencionó que “tengo una hernia, me tengo que operar, pero igual agarré unos trabajitos como un par de sillas y una mesitas, además de ésta última que estoy haciendo que me pidieron un lustre, pero decidí limpiarla toda porque el trabajo se hace bien hecho o no se hace”.

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