Pronuncian los viejos diccionarios que el origen del oficio el afilador es gallego, concretamente de Orense, por eso mismo la ciudad es conocida por ser “Terra de Chispas”, debido a los centelleos que salían de la rueda al afilar los utensilios de corte. En un mundo de constante evolución donde las formas y elementos de los utensilios va mudando, los afiladores cada vez son menos. Uno de ellos es Antonio Guaráz que lleva más de 45 años en el ex Barrio Estación Provincial, hoy conocido como Meridiano Vº, entre piedras, electrodos, grasa, maquinarias y herramientas.
Este trabajador de 68 años proviene del Barrio de Villa Alba y estudió la primaria en la Escuela Dardo Rocha de diagonal 79 y 68, la misma que fue René Favaloro. Víctima de poliomielitis cuando tenía meses de vida tuvo una incapacidad en su pierna derecha. “El secundario lo dejé – aseveró – porque me pegué un susto bárbaro con lo milicos. Ese día fue una batalla campal en plena avenida 1. Venían reprimiendo desde el Nacional de 1 y 49, hasta el Industrial Albert Thomas en donde iba yo. En principio me escondí detrás de un árbol, cuando quise entrar fue tarde porque habían cerrado las puertas del colegio”.
“Ahí me agarraron de los brazos dos compañeros para ayudarme a correr más rápido. Un policía nos arrinconó y me tiró revoleo con la macana que llevaba que me pasó cerca. De ahí salimos para la cancha de Estudiantes. En 1 y 57 estaba una garita que vendían entradas para el visitante. Ahí me subieron y estuvimos escondidos como 10 horas. Me asusté y no volví más”.
De chico le gustaba ir a ver a Gimnasia, aunque es hincha de Independiente, y se hacía escapadas para estar en Atenas siguiendo a boxeadores como Héctor Patri, Juan Carlos Berón o Hugo Luero. “Al muchacho de al lado de mi casa – rememoró –, gran boxeador, yo le puse el “Torito”, en aquellos años era conocido el “Torito” Ozuna, un guapo total, era como “Mano de Piedra Durán” que daba y recibía, pero seguí yendo al frente. Me gustaba mucho el box. He ido al Luna Park a ver pelear a Monzón y también seguía a “Ubi” Sacco (Ubaldo Néstor)”.
Trabajó en la Legislatura provincial luego de que una amiga lo haga entrar como maestranza, pero duró poco. “Me presenté a trabajar y los militares habían tomado el edificio de 7 entre 51 y 53. Luego de estar un rato ahí viendo qué iba a pasar, lo tipos dijeron que las personas que ellos iba a nombrar entraban a trabajar. Me llamaron. Pero ese llamado no era para entrar a trabajar, en mi caso, sino que me entregaron la carta de despido”.
Años más tarde, con la vuelta de la Democracia en 1983, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, Antonio fue convocado mediante un plan nacional de reconocimiento a los trabajadores despedidos durante la dictadura, pero no quiso volver.
Al taller de afilación que fundó Juan Carlos Valente en 1972 en la esquina de 18 y 70 llegó en 1978. “Yo hacía de todo y me ganaba la vida con distintas changas. Llegué acá para hacer un trabajo de instalación de luz, de electricidad (aclara) y ahí conocí al dueño. Charlando me dijo que necesitaba gente, me preguntó si tenía un trabajo estable y que si me gustaba me daba un lugar. A mí me servía. Me quedé”.
El único problema que tuvo Guaraz para comenzar a trabajar era que no tenía ni idea de lo que se trataba el oficio. Poco a poco, pasando de máquina en maquina y con la ayuda de Juan Carlos y de otro empleado que estaba en lugar, le fue agarrando la mano.
“Yo llevo 45 años haciendo este mismo trabajo de afilación. Antes éramos tres para atender cerca de 700 locales de toda la ciudad. Creo que me quedo corto. Encima en ese entonces, mi compañero era el cuñado de dueño y por diferencias se separaron y me quedé solo. Juan Carlos me dijo quédese tranquilo, métale para adelante y no se haga problemas. Dale sin miedo, pasaron tanto años, hoy manejo todo yo” explicó.
Pronto fue aprendiendo no solo a afilar, sino que también a reparar equipos, motores, componentes, como así también darles consejos útiles a los clientes y ayudar a los vecinos que suelen acercarse en su demanda. Antonio indicó que el trabajo se ha reducido con el paso del tiempo. El taller se achicó y también cambió de mano por la partida de Juan Carlos.
“Hoy se trabaja menos. Se usa mucho el descartable, que no es mejor que la hoja que se afila y porque se vende menos. Yo estoy a cargo del taller y la marca pasó a ser taller de afilación de Carlos Fabián Valente luego del fallecimiento de Juan Carlos” afirmó.
El barrio entero por años ha acudido él para que les arregle algo o para que le afile algún cuchillo. Afirma que le gusta trabajar con la puerta cerrada e inmiscuirse en su soledad junto a las máquinas. “Yo en este lugar soy el rey del mundo. Es mi espacio, me paso todo el día trabajando, la mayoría del tiempo en soledad, haciendo cosas, me gusta mucho. Además, si dejo la puerta abierta me entretengo porque se me acerca mucha gente a conversar”.
Un punto débil de Guaraz que no le niega palabra a cuento curioso ande por la zona. Junto al local actualmente funciona, desde hace varios años un kiosco, en lo que era parte del taller un kiosco que es atendido por Omar y Guillermo que suelen ser compinches de charlas, algunos mates, y consortes de mil anécdotas que Antonio tiene para contarles.
“Yo vi pasar el barrio por acá. Los pibes que eran chiquitos y que luego fueron hombres con sus familias, Estaban el Mono, Adrián, el Bocha, el de Coralini, Fabián, el “Pelado” Fernández, el Negro Palacios, Gonzalito, Gustavo, Alberto que aún hoy pasa y se queda a charlar como lo hace Totín cada vez que vienen a ver al padre. Han pasado cada personaje por acá” dijo antes de largar una risotada.
“La esquina de 18 y 70 desde que yo estoy tuvo siempre como un imán para que aparezca cada personaje” aseveró para hacer una pausa y lanzó “Ahí donde se juntaban estos pibes había una quesería, luego fue un supermercado que lo atendía Alfredo que hace poco falleció. Después hubo una casa de repuestos y finalmente la pizzería “El Loco Ponte” que tiene el nombre de un personaje que vivió en lo de Ocampo en 18 y 71 que prendía fuego la basura todos los días”.
En su largo pasar por Meridiano Vº pasó momentos divertidos como cuando “venía un tipo conocido como Julio Miranda, “pimpin” le decían, recontra peronista. Se tomaba dos vinos y se subía a cajón de manzana y daba discursos. Andaba con otro más, vendían detergente y lavandina casa por casa”.
“Cuando teníamos el taller grande entró un hombre y estaba hablando conmigo, se le dieron vuelta los ojos, se cayó al suelo y empezó a temblar. Yo tenía 23 años en ese entonces, no sabía qué hacer y qué le pasaba. Me imaginé que le había dado un bobazo al corazón, salí a pedir ayuda y vino un verdulero de acá a mitad de cuadra que lo ayudó, era un ataque de epilepsia, me pegué un gran susto” recordó.
Los recuerdos se golpean unos tras otro en la cabeza de Guaráz que nombra simultáneamente vecinos y va encajando pieza por pieza los nombres en cada vivienda y renombra a los nuevos pobladores. “Estaban los Gotelli, Oyola, Descalzo, Romano, Angelito Soriano que tenía la peluquería y la mujer el kiosco, Moriconi, Peñaloza, los Gagliardo. Acá venía Hipólito Ocampos, el dueño del hotel que estaba enfrente del Ferrocarril y me contó que Carlos Gardel se hospedaba ahí cuando venía a actuar a La Plata o a ver correr los caballos de Leguizamo (Irineo)” pronunció.
Para cerrar, Antonio se ríe al recordar que cada vez que pasaba por la casa de Juan Quieto, uno de los cantantes de “Los Totora” o el pibe salía a hacer algún mandado, este lo cargaba: “Juan déjate de joder con la guitarra y lo timbales, agarrá la pala que te vas a morir de hambre. Y bueno, me equivoqué, ahora juansito anda por todos lados y es recontra conocido, menos mal que no me hizo caso”.